martes, 14 de agosto de 2012

Los olores, sabores y sonidos de nuestra niñez

Por el Dr. David Arce Martino - Chulucanense

Nunca está demás decir que la niñez es una etapa muy importante en la vida de los seres humanos. En esta etapa se cimentan las bases de lo que vamos a ser los adultos, y por lo tanto, de lo que va a ser nuestro país. Si entregamos salud y educación a la niñez, tendremos un pueblo saludable e instruido durante mucho tiempo. Esto lo saben y lo conocen los que diseñan las políticas de estado, ¿y por qué no las aplican si es lo más lógico? Probablemente porque vivimos el día al día y no hacemos programación a mediano y largo plazo y solamente toman medidas populistas para el corto plazo.

Lo cierto es que nuestras vivencias de la infancia nos marcan para toda la vida. En todos los sentidos. Desde la saludable tranquilidad del hogar hasta lo que nos pareciera lo más simple, como lo olores, los sabores y lo sonidos que percibimos en nuestra infancia. Es saludable tener un hogar donde no haya violencia familiar, donde a los niños se les respete y se les motive para alcanzar todo el esplendor del ser humano, en todas sus dimensiones.

Recuerdo esto, porque la semana pasada olí un olor de una comida que hacía tiempo no percibía: como es el riquísimo pepián de choclo verde. Tiene un olor especial, entre tamal y frejol de palo, diferente y especial. Me puse a recordar que era el plato preferido de mi abuela Mercedes, quien muchas veces me llamaba a escondidas para compartir con ella sus comidas y también para raspar la olla. Yo creo que ella cocinaba como nadie lo ha hecho en este mundo. Y es que lo que percibimos en la infancia es más nuestro que nunca, porque así lo hemos vivido y lo hemos asociado con la felicidad de ser niños.

Y no solamente recordé el pepián, sino que también recordé todas las comidas de Chulucanas: el seco de chabelo, la sopa de novios, los exquisitos chifles, el cabrito a la norteña con su zapallo loche, el cebiche de mero, las caballas pasadas por agua caliente, la carne aliñada, el “majau” de yuca, el frito de los domingos, la pachamanca norteña que es el copús, la malarrabia que se come una sola vez al año, para Semana Santa y los panes más ricos del mundo como son los panes de Chulucanas, donde cada pan tiene su nombre especial: las sobadas, las tostadas, las tapas, los redondos, los besitos, los cachitos, las tortas, las cachangas, las rosquitas, las roscas de muerto, los angelitos de noviembre, y los dulces de las ferias: la algarrobina, las natillas, las bombas, sandías, los bocadillos de Ayabaca, las tapas con dulce de membrillo, los gofios, los chumbeques, las cocadas, el quesillo de miel, nuestras bebidas como nuestra chicha en poto, el yupisín de algarroba, el rompope, y los jugos de nuestras frutas, como son el mango de planta y los mangos ciruelos.

Y no solamente marcan nuestras vidas los sabores, sino también los sonidos. Ahora que es mucho más fácil entrar a Internet y buscar alguna canción, a veces nos sorprendemos con alguna canción de la cual no recordábamos nada, pero que al escucharla, se nos desbordan las lágrimas porque la habíamos asociado a algún evento significativo de nuestra infancia. Y estas canciones tienen algo de nuestra infancia, algo de nuestro pueblo y algo de nuestras familias y amigos, que con solo escucharlas nos permiten encontrarnos con una parte olvidada de nuestro ser.

Es por eso que hoy quiero recordar al autor de El Principito y decirles a todos los niños y a todos los adultos que alguna vez fuimos niños, que percibamos a nuestro mundo con todos nuestros sentidos, porque al fin de cuentas esos son los cimientos que constituirán nuestros seres y que llevaremos y que recordaremos por siempre, a donde quiera que vayamos: los olores, los sabores y los sonidos de nuestra niñez.

David Arce

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