martes, 4 de septiembre de 2012

La Semilla - Homenaje a Guido Raffo Varona

La semilla - Por Dr. David Arce Martino

En el corral de la casa teníamos dos árboles de tamarindo, y digo teníamos, porque ahora tenemos tres. A uno se lo fue secando la sueldaconsuelda, esa planta parásita que va creciendo en los troncos de los árboles y los va secando de a pocos.

Durante un buen tiempo quedó solamente un árbol. De niño me gustaba subir a los árboles y mirar de cerca de los pájaros y a los pacazos, y probar los sabores de los tamarindos en su diferente pasar del tiempo. Y es que la fruta de tamarindo tiene diferente sabor, desde que están verdes, un poco pintones, hasta que están maduros y también los que están negros de la temporada del año pasado. También es diferente el sabor de las hojas, de las hojas recién brotadas y de las más antiguas. Y eso lo aprendí en plena niñez, cuando me gustaba ver cómo brotaban las plantas nuevas de las viejas semillas, después del período de lluvias, de enero a marzo. Comíamos mucho tamarindo y las semillas las tirábamos alrededor del árbol. Algunas caían más lejos y esas crecían más rápido que las otras. Y de niño, como todos los niños, era muy malanaturaloso: me gustaba arrancar de cuajo las plantas por crecer y mirar sus raíces y tirarlas por cualquier lado, sin percatarme de que estaba arrancando vida. Una tarde mi abuela Mercedes me observó matando a las plantas recién nacidas y con su voz calmada me llamó suavemente y me dijo: mira, las plantas tienen vida, son seres vivos, como nosotros, y no pueden moverse ni defenderse. Solamente están allí para darnos todo: sombra, leña, comida, y todo lo que necesitamos en esta vida. No las arranques mijo. Déjalas que crezcan y deja que el Señor haga el resto. Solamente te pido que escojas dos semillas y que las cuides y que las riegues, tú serás responsable de aquellas semillas y de la plantas.

Y miré que de todas maneras la mayoría de las plantas se morían solas. Algunas, especialmente las que crecían un poco más lejos llegaron a crecer un poco más y estuvieron listas para ser transplantadas. Mis dos semillas, las que yo cuidaba, crecían más fuertes y robustas, crecieron tanto que se hicieron árboles y después de tres años, ya necesitaron menos cuidado de mi parte.

Por aquella época, supe que había un Proyecto de Irrigación del Alto Piura, que básicamente trataba de derivar las aguas del río Huancabamba, hacia el río Piura, para irrigar las tierras de Chulucanas y alrededores. Y supe desde entonces que Don Guido Raffo Varona, estaba empecinado en este proyecto que daría trabajo a miles de campesinos, que cambiaría la faz de Chulucanas para siempre y que traería el progreso y la modernidad a nuestro pueblo. Es que además de añadir nuevas tierras para el cultivo, este gran proyecto traería además la electricidad, ya que en los tiempos de mi niñez, solamente teníamos luz eléctrica desde las seis de la tarde hasta las doce de la noche.

Mucha gente lo tildó de visionario y soñador, que era un soñar sobre soñado, que era algo casi imposible realizar tremendo trabajo de ingeniería, y si en caso se pudiera llevar a cabo, costaría tanto dinero que desanimaría a cualquiera. Pero Don Guido Raffo Varona, no era un cualquiera, era un adelantado a la época, y que como bien lo llamaron, era el Moisés del Alto Piura. Y la similitud es casi exacta. Aquel Moisés de caminar cuarenta años en el desierto, llevó a su pueblo hasta la montaña y solamente vio de lejos la tierra prometida. Ahora están empezando los trabajos del Proyecto de Irrigación del Alto Piura, y ya sabemos que no es más un proyecto, que ya se está empezando a ejecutar los trabajos del trasvase de las aguas y que dentro de un futuro no muy lejano será realidad el poder sembrar más árboles en nuestras áridas tierras. Su anciano corazón no resistió más y nos dejó llorando su partida, cuando recién empieza a ejecutarse el “Proyecto”, con el agradecimiento eterno de habernos hecho más hombres y más creyentes en nuestros sueños. Muchos árboles crecerán cuando empiece la irrigación y más árboles habrán crecido al abrigo de nuestros corazones.

Y así como Don Guido supo cuidar la semilla del sueño, el futuro árbol de nuestros sueños, así también seguiremos cuidando nuestros árboles que nos dan vida y salud.

Don Guido Raffo Varona, ¡Muchas Gracias!

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