Por el Dr. David Arce Martino - Chulucanense
Ha pasado más de un mes desde que vi por primera vez al niño adoptado, de ocho años de edad, con su familia. Hemos logrado importantes progresos. Ahora, en la consulta, se sientan todos más juntos.
Los padres están más tranquilos y contentos, los abuelos también. El niño ha mejorado su rendimiento escolar y su conducta en general. La madre relata: Ambos nos hemos dado más tiempo para pasarlo con nuestro hijo, los dos hemos dejado de realizar horas extras en nuestros trabajos, como usted sabe yo soy enfermera y mi esposo es médico. Yo ya no hago guardias y mi esposo ha encontrado un consultorio más cercano a la casa y por lo tanto llega más temprano a casa. Y lo más importante, es que el cariño que sentimos por él, ahora se lo demostramos y además se lo expresamos verbalmente.
Entonces recordé la segunda sesión que tuvimos con los padres, y en la cual apliqué lo que mis maestros: Rafael Junchaya y Mario Ledesma, me enseñaron durante la Residencia Médica en Psiquiatría. Ese día llegaron los padres y el niño. Empezaron a hablar algunas cosas para justificar sus conductas y mientras el niño miraba aburrido, miré al padre y le pregunté:
¿Cuándo fue la última vez que le dijo a su hijo que lo quiere mucho?
El padre se puso serio, jugó un poco con sus manos, miró al techo y sonrió nerviosamente. Mirando al niño, dijo: El sabe que yo lo quiero. No necesito decírselo, él como que lo adivina, sabe que tengo tres trabajos para poder darle sus estudios, una buena alimentación y un lugar decente dónde vivir.Habló de las empleadas que contrató para que cuidaran al niño mientras los padres estaban trabajando, de los esfuerzos que hacía la madre y que, después de una clase de Maestría en que se dieron cuenta que no era conveniente dejar el cuidado, educación e instrucción del niño a una empleada iletrada que habían traído de un pueblo lejano y a quien le pagaban muy poco, pensando que estaban ahorrando, decidieron despedir a la empleada y dejar esa responsabilidad a los abuelos.
Cuando terminó de justificarse, volví a preguntarle:
¿Cuándo ha sido la última vez que Usted le ha dicho a su hijo que lo quiere?
Y cuando quería volver a explicar lo mismo que había dicho, le dije que le había hecho una pregunta y que solamente quería que me respondiera. Entonces, mientras la madre empezaba a sollozar, el padre empezó a tartamudear y a temblarle el labio superior: La verdad, doctor, es que nunca le he dicho que lo quiero, pero él lo sabe.
Le dije que solamente le había preguntado cuándo había sido la última vez que le había dicho que lo quería, no era necesario que se justificara. Entonces, le pregunté:
¿Qué le ha impedido decirle a su hijo que lo quiere mucho?
No sé, me respondió. Yo pensé que no era necesario decirlo, porque él sabía que todo lo que hacemos, lo hacemos por él. Así sucedía conmigo, mi padre nunca me dijo que me quería, pero yo sabía que él me quería mucho. Mi padre era muy serio, su palabra era Ley, y nunca permitía que lloráramos, lo consideraba como un signo de debilidad, y que no era propio de hombres, tampoco permitía que mis hermanas se rieran mucho, porque decía que de grandes iban a ser de la vida alegre. Será por eso, que nunca le he dicho a mi hijo que lo quiero.
Entonces fue que le pregunté si deseaba aprender a expresar verbalmente su cariño, y como dudando, me dijo que sí. Entonces lo vamos a hacer ahora, le dije. ¿Ahora?, tartamudeó sorprendido. Sí, le dije,en este momento.
Entonces se paró delante del niño y con cierto esfuerzo le dijo: Hijo mío, quiero que sepas que eres muy importante para mí y que TE QUIERO MUCHO.
El niño sonrió, abrió sus brazos y se lanzó alborozado a su cuello, abrazándolo con mucho cariño. La madre se unió a ellos abrazándose y llorando durante un instante eterno.
Esa tarde salieron con una receta que no lograrían encontrar en ninguna farmacia, donde decía, con letra muy clara, como si no fuera letra de médico, con la siguiente indicación: Decirle al niño: TE QUIERO MUCHO y darle un abrazo mañana, tarde y noche, todos los días.
David Arce
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