martes, 7 de agosto de 2012

El niño y su familia

Por el Dr. David Arce Martino - Chulucanense

Una familia ingresa al consultorio, y desde el inicio, por la forma en que se sientan, advierto que existe una cierta alianza entre la madre, el hijo, y los abuelos, porque se sientan muy juntos, y más alejado, el padre, de aspecto hosco y muy serio.

La madre empieza a decir que traen al niño de ocho años, porque últimamente está muy irritable, no obedece, que no quiere hacer sus tareas y que no quiere ir al colegio. Que tiene dificultades en dormir y que si logra conciliar el sueño lo hace muy tarde y se despierta con frecuencia en la madrugada. El padre solamente escucha. Los abuelos intervienen para decir que gracias a Dios, los padres se han dado tiempo para venir a la consulta, porque paran muy ocupados y que están todo el día trabajando y que ellos, los abuelos, se hacen cargo del cuidado del nieto.

El niño se dedica a jugar con un dinosaurio que está sobre el escritorio y parece como si no escuchara lo que hablan alrededor, grandes ojeras hunden sus ojos.

La abuela dice que desde que hace un mes desde que se murió Nerón, su perrito de cola ensortijada, el niño ya no quiere comer, que solamente le gustan los chocolates y que últimamente ni eso quiere comer, por eso está bien flaco doctor, lo hemos traído para que le recete vitaminas y le indique alguna otra medicación para que obedezca y sea un niño modelo.

El padre sigue mirando y escuchando lo que dicen los abuelos y la madre. El abuelo dice que ellos no están acostumbrados a pegarle al niño y que lo máximo que le han podido hacer es gritarle. Entonces, el niño que está jugando con el dinosaurio, se voltea, lo mira, y le dice: no mientas abuelo, también me tiras cocachos y me jalas la oreja, y vuelve a jugar con el dinosaurio. Aparentemente el niño que no estaba atento a la conversación había escuchado todo. Después de un rato el padre interviene y dice, la verdad doctor, es que queremos que nos ayude en algo que es muy grave y mirando a la esposa y a los abuelos, me dice, con voz ronca, preferimos hablar a solas con usted. La abuela coge al niño y le dice al abuelo, mejor vamos afuera para que ellos puedan conversar a solas. El niño sale dejando el dinosaurio sobre el escritorio.

Apenas cierran la puerta, y después de un silencio, la madre dice, lo que pasa doctor, es que nuestro hijo no sabe que es adoptado y no sabemos si es conveniente decirle o no decirle la verdad. Ambos se ponen a llorar. Creemos que no somos buenos padres. Que mucho lo hemos sobreprotegido y que no sabe cómo defenderse en el colegio y en la vida.

Después de un rato, los padres deciden contarle la verdad al niño. Para eso hemos venido doctor, me dicen, para que usted nos ayude. Les advierto que es una decisión suya y que además de lo que me acaban de contar el niño está con una depresión reactiva al entorno familiar, y les digo que en realidad ellos no han traído al niño a la consulta, sino que es al revés, el niño los ha traído a ellos, porque algo está pasando en las relaciones familiares.

Ingresan los abuelos y el niño. Apenas se sienta el niño vuelve a jugar con el dinosaurio. El padre le dice que preste atención, y el niño lo mira, deja el dinosaurio quieto y escucha. La madre con la voz entrecortada y llorando le dice, tenemos algo que decirte… que te queremos mucho… desde que llegaste a la casa te quisimos mucho… que pase lo que pase te seguiremos queriendo… Nosotros somos tus padres adoptivos.

El niño los mira, y tranquilamente dice: eso ya lo sabía. Yo solamente quiero que me den más tiempo de ustedes y que me quieran de verdad, como dicen que me quieren. Todos se ponen a llorar y recién toman conciencia que durante toda la vida del niño le han estado enviando mensajes de que no era su hijo biológico, de que era un niño adoptado.

Después de la sesión estoy más convencido que interviniendo en la familia, se logran mejores resultados que dando medicación.

En todo caso, la medicación sería apropiada para los padres.

David Arce

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