martes, 3 de julio de 2012

La discriminación - Por el Dr. David Arce

Por el Dr. David Arce

Chulucanas es un pueblo en el norte del Perú. Y como en todo el Perú tenemos mezcla de muchas razas y la que predomina es la autóctona. Nosotros somos cholos. Y como tal lo aceptamos, con todas nuestras potencialidades, y con la mayor naturalidad. Cuando yo era niño recuerdo que vecinos míos choleaban a otros igual que eran igual de cholos como nosotros. Utilizaban las palabras cholo, serrano, negro, en forma despectiva y como insultos. Muchas veces olvidamos nuestros orígenes, nuestros ancestros y hacemos como si nuestra cultura valiera menos o no valiera nada. Una profesora holandesa que tuve en la Universidad, un día nos dijo que nosotros no valorábamos lo que teníamos, el valor de nuestra medicina natural, de nuestros templos históricos, de nuestros monumentos realizados por nuestros ancestros. Dijo que preferíamos atribuir la construcción de Machu Picchu, o las líneas de Nasca, a los extraterrestres, y no aceptar que fueron los mismos hombres antiguos, aquellas nacidos en nuestra tierra y de los cuales descendemos. Y nos preguntó: ¿Ustedes creen que si estos enormes monumentos, como Sacsayhuamán, hubieran estado en territorio europeo o norteamericano, creen que ellos hubieran dicho que eran de origen extraterrestre? No, ellos hubieran dicho que sus antiguos pobladores lo hicieron. Lo que pasa es que ustedes los peruanos tienen un autoconcepto muy disminuido. Y yo creo que tenía razón. Muchas personas no aprendemos a querernos. Y el amor empieza por casa, por nosotros mismos, a aceptarnos como somos, con todos nuestros defectos y virtudes. Al darnos cuenta de todas nuestras potencialidades y fortalezas, empezaremos a realizar el gran cambio, la transformación de nosotros mismos. Y luego, poco a poco, como en una especie de juego de dominó, los demás que nos rodean empezarán a cambiar poco a poco. Primero nuestra familia, nuestro vecindario, nuestra comunidad y nuestro país. No es conveniente confundir el amor hacia uno mismo con el egoísmo, que es un falso amor hacia uno mismo. El amor hacia uno mismo está en común unión con todos los seres humanos. El egoísmo, en cambio, es excluyente, y por lo tanto ni siquiera llega a quererse como persona. Cuando queremos a uno mismo, aprendemos a querer a los demás, a uno mismo que está reflejado en las demás personas. Y cuando aprendemos a querer a las otras personas, las aceptamos tal y como son, sin tener necesidad de cambiarlas, las queremos tal y cual son, aprendemos a amar al hermano que está a nuestro costado, al que está próximo a nosotros, a nuestro prójimo.

En Chulucanas, como en todo el Perú y el mundo, todos los seres humanos somos iguales, con los mismos derechos. Y nadie tiene la supremacía para maltratar a otra persona por el simple hecho de tener otro color de piel, otro acento al hablar o simplemente otras costumbres. Ni siquiera porque profesa otra religión dejará de ser mi hermano, ni porque tenga una militancia política diferente. Porque ya sabemos que en cuestión de política usamos una palabra muy acertada, se dice “partidos” políticos, y eso significa que todos son parte de algo mucho más grande, de un todo, ellos están partidos de algo que está unido. Y que un partido solamente nos permitirá comprender una pequeña parte de la realidad que es mucho más compleja.

Hace poco vi un programa de televisión donde mostraban a un cholo de Abancay, un negro de la Costa y un gringo extranjero, y cada uno estaba en la calle sin dinero, necesitando hablar por teléfono porque se encontraba perdido. Nadie le prestó el teléfono celular ni al cholo ni al negro. En cambio al gringo sí le prestaron varias personas y hasta algunas le dieron dinero. Lo mismo sucedió cuando probaron en solicitar un baño. Y es como si la discriminación estuviera en nuestras venas, sin darnos cuenta de que todos somos hermanos de una misma raza mezclada, de una patria entrañable, como diría nuestro joven poeta Javier Heraud:

“Porque mi patria es hermosa 
corno una espada en el aire, 
y más grande ahora y aun 
más hermosa todavía, 
yo hablo y la defiendo 
con mi vida.”

Todavía tengo la esperanza de que esta forma de maltratarnos, de desconfiar de nosotros mismos va a cambiar, que cambiaremos porque así nos lo exige el destino y nuestra humanidad.

Para finalizar nos queda preguntarnos como nuestro gran César Vallejo: ¿Y cuándo nos veremos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos?

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