El primer contacto que tuve con la cerámica, fue cuando tenía 10 años, estaba en quinto año de primaria y el profesor Jorge Lozada nos llevó a conocer a José Luis Yamunaqué. Era una tarde luminosa de otoño y el profesor no llevó caminando desde la antigua Calle Huánuco donde quedaba el Colegio Juan Palacios hasta la cuadra 7 de la calle Tacna que era donde vivía José Luis Yamunaqué. Las paredes eran altas y de adobe, arriba se veía una hilera de adobes en forma de triángulo que dejaban pasar la luz. Y allí estaba el joven José Luis, bañado en sol, como un Inca, y en las manos con barro sostenía un aríbalo perfectamente hecho a mano. Y hacía y deshacía la arcilla amasada produciendo inimaginables vasijas de nuestro pasado inca ante nuestros ojos. Yo miraba con los ojos deslumbrados y salí tan contento que desde ese momento ardía en deseos de ser ceramista. Apenas llegué a casa fui al corral, cogí un poco de tierra, hice un poco de barro y no me salía nada. Apenas pude colocar algo del barro en pequeñas cajitas de fósforos, y lo dejé secar al sol, y ni así pude lograr los adobes que quería. Mucho después sabría que para hacer cerámica se necesitaba de un barro especial que es la arcilla.
Por ese entonces se escuchaba que Gloria Joyce, una Hermana religiosa estaba apoyando en la posta médica y que además apoyaba a los ceramistas a redescubrir las antiguas técnicas Vicús y Tallán. De ese entonces, puede decirse que hubo una primera generación de ceramistas Chulucanenses con técnica pura y sin injerencias de la modernidad: José Luis y Teresa Yamunaqué, Max Inga que venía de la Encantada , Flavio Sosa Maza y Gerásimo Sosa Alache.
Después tuve otro acercamiento ligero a la cerámica cuando acompañaba a una tía al Centro Artesanal que quedaba en la calle Ica. Allí hacían pequeños cacharros de barro pero no los quemaban, solamente los dejaban crudos.
Y el tercer contacto que tuve con la cerámica Chulucanas, fue estando en Lima, cuando nos tocó la puerta nuestro amigo Polo Ramírez, ahijado de mi padre y que venía con grandes sueños de mostrar sus cerámicas. Recuerdo que vino con dos amigos ceramistas, que ahora ya no se dedican a la cerámica y que uno de sus primeros trabajos era un florero con el retrato de Miguel Grau. Le eché agua y luego vi con sorpresa de que estaba filtrando y descascarando; quise esconderlo para que no me culparan, pero Polo, como buen amigo supo disculpar la travesura. Con Polo Ramírez empezó el apoyo de la prensa a las exposiciones que realizaba en las galerías de arte de Lima. Agradezco a Polo Ramírez las enseñanzas que me dio en el arte de la cerámica, tanto de baja como de alta temperatura. Por esa época también empezó Juan Vílchez Chuica y Santodio Paz y varios ceramistas más que no tuve la dicha de conocer.
Del Taller que creó Polo Ramírez vendría también una tercera generación de ceramistas que lidera Maneno Juarez, con sus hermanos César Juárez, Juan José Juárez y Milton Yarlequé.
¿Y qué tiene de particular este tipo de Cerámica Chulucanas que fue declarada como Denominación de Origen por Indecopi en julio del 2006?
Y es que es un tipo de cerámica realizada con las manos, con los pies, una paleta de madera y una piedra. Todos estos ceramistas profundizaron en el antiguo legado de los Vicús y de los Tallanes en una nueva forma de hacer cerámica. Lo mejor de este tipo de cerámica es que no se usa torno, ni máquina extraña alguna. Tuvieron la curiosidad de desentrañar la técnica del positivo negativo, que son las quemas en oxidación y reducción. Para la quema en oxidación usan leña de algarrobo y hornos de barro. Y para la quema en reducción usan hojas de mango que les otorga un color negro brillante. Además usan una piedra especial para pulir la piel de la cerámica.
Con José Luis Yamunaqué me une una gran amistad y admiración por su obra cerámica. Tempranamente dejó la tierra Chulucanas para venir a Lima y luego fue a estudiar otras técnicas cerámicas en la Escuela Nacional de Cerámica de Buenos Aires, Argentina. Y aún cuando actualmente radica en Boston, USA, se da tiempo para visitar nuestra tierra, como lo hizo a fines de abril de este año. Domina todas las técnicas cerámicas y es digno de elogio la elaboración de los engobes infinitales, que es un tipo de coloración parecida a la que usaron nuestros Nascas y es tan fino el engobe que basta con frotar suavemente la pieza para que tenga un brillo especial sin necesidad de usar la piedra de pulir. Sus cerámicas aunque parezcan un poco distintas a las denominadas Chulucanas, están impregnadas por el mismo cariño a la tierra.
Max Inga desarrolló la cerámica escultórica, y aparte de mostrar las costumbres del pueblo de la Encantada , hizo famosa la obra del Cristo campesino, donde un campesino yace sobre una cruz hecha con una lampa y un machete. Esta obra llegó a manos de Juan Pablo II.
Gerásimo Sosa experimentó sobre la redondez de la vasija y elaboró numerosas obras de consideración, la más conocida es aquella donde está la vasija-mujer-chola, con numerosas vasijas alrededor que van disminuyendo en tamaño denominada: La fertilidad.
Polo Ramírez también trabajó con la redondez de la vasija, pero experimentando con la dualidad de la textura: pulido y rugoso, brillante y negro. Y como trabajó en Lima, también aprendió a usar la arcilla blanca, realizando unas palomas maravillosas.
Y los hermanos del Taller Maneno también han reinventado la cerámica de Chulucanas con esculturas grandes y pequeñas, conservando las técnicas antiguas y dándoles un toque de modernidad. Son hermosas sus estilizaciones donde representan la vida cotidiana de Chulucanas.
Y así como ellos, existen en Chulucanas, La Encantada y actualmente en Yapatera, numerosos ceramistas que no conozco, pero que por su arte los reconozco. A todos ellos, que aún viviendo en pobreza económica, (porque para muchos solamente les alcanza para sobrevivir el día a día), a todos aquellos que luchan para mantener su arte limpio y puro, van mis más sinceras felicitaciones por continuar en el camino para hacer un país mucho más grande.
0 comentarios
Posts a comment