martes, 5 de junio de 2012

Trastorno de Adaptación en niños - Por Dr. David Arce Martino

En el Hospital Guillermo Almenara, por ser un hospital de referencia, vienen muchos pacientes de diferentes partes del país. Hace varias semanas vi a un menor de 14 años de edad que se había quemado la cara y parte del pecho y brazos y manos, con fuego directo: había estado jugando con su hermanita quemando un plástico cuando se les derramó una botella de alcohol y ocurrió el accidente. Como médico psiquiatra me llamaron para evaluar a este paciente que según el personal ya no quería que le hicieran ninguna curación, estaba cansado de que lo curaran todos los días aún cuando estas curaciones eran bajo anestesia. Estaba molesto y ya no quería recibir a nadie, tampoco a sus padres que según él, lo habían abandonado en esa sala de aislados, donde solo podían entrar con batas, mascarillas y de uno en uno. Extrañaba a su mamá, a su papá y a sus hermanos. Y ya tenía varias noches que no podía dormir, decía que estaba incómodo al no poder moverse para los costados porque si lo hacía le ardía la piel. Ya le habían realizado varios injertos. Estaba preocupado por sus estudios aunque ya le habían dicho que le habían entregado un informe médico a sus profesores. No tenía apetito y cuando le alcanzaban la comida no podía soportar el olor del pollo. Tampoco podía dormir en las noches. Un reporte de enfermería mencionaba que la noche anterior lo habían encontrado sentado hablando solo. Varias veces se había arrancado las agujas de los sueros. Al llegar con mi máscara y mi vestimenta estéril descartable, no me respondió el saludo. Al decirle que yo era el psiquiatra de niños y adolescentes movió un poco la cabeza y me pareció que empezaba a prestarme atención. Lo que inicialmente fue un monólogo, poco a poco se fue haciendo una conversación porque empecé a hablarle en alguna jerga del norte del Perú. Entre norteños nos entendemos. Y esta vez no le pregunté sobre las quemaduras ni el largo proceso de recuperación que estaba teniendo, si no de lo que más le gustaba hacer en su tierra y que deseaba volver a gozarlo pronto, como por ejemplo volver a bañarse en el río, jugar fútbol con sus amigos, comer su rico espesado, su cabrito a la norteña con su pepián de choclo verde o su arroz con pato. Y poco a poco empezó a contarme de su familia empezando por su abuelita que tanto quería y que la extrañaba mucho. Me contó de sus hermanitos y hasta de su perro viringo que le movía la cola con tres pelos cuando él llegaba del colegio. Entre nos, me confesó que estaba enamorado platónicamente de una vecina y qué le gustaría verla.

Estaba molesto porque no dejaban quedarse a la madre junto a él. También estaba molesto porque la empresa donde trabajaba su padre solamente le daba muy pocos días para que esté con él. Y que le agradecía que hiciera tanto esfuerzo en viajar cada fin de semana cuando le daban libre. Ya estoy mucho tiempo acá y ni siquiera he bajado a mirar los jardines. Le expliqué lo que seguramente ya le habían dicho los otros médicos: que era necesario evitar exponerse a las infecciones oportunistas. Al final de la entrevista, dejé las indicaciones y la promesa de volver al día siguiente.

Al siguiente día me esperó con varias fotos de su familia y hasta de su perro calato llamado “Pelau”. Me dijo que había dormido mejor y que le habían prometido para el fin de semana dejarle pasar los tamalitos verdes que tanto le gustaban.

Y así como este menor, existen muchos casos en el hospital, que necesitan un tiempo de escucha, y de comprensión. No es fácil desarraigarse de la tierra, de nuestras querencias, de nuestras amistades y especialmente de nuestra familia, y mucho menos en una situación desfavorable, como es una enfermedad.

En el Servicio de Psiquiatría Infanto Juvenil, muchas veces se permite la permanencia del padre si el menor es varón o de la madre si la paciente es mujer, con lo que se disminuye el trauma de la hospitalización.

Otro problema es cuando se hospitalizan a los padres, especialmente a la madre. Los niños pequeños lloran, quieren entrar a ver a sus padres. Algunos de ellos regresionan y se vuelven a orinar, tienen malos sueños y bajo rendimiento escolar. Una vez escuché decir a una niña, cuando el padre le explicaba que no estaba permitida la entrada de niños al hospital por el riesgo de enfermarse, a lo que la niña dijo que eso era mentira, porque entonces cómo se explicaba que las madres vengan a hacer nacer a sus niños en el hospital.

Esperemos que la estancia sea lo más corta posible, tanto para los menores como para los padres, por el bien de los niños, y así evitaremos, lo que psiquiátricamente llamamos: Trastorno de Adaptación.

Dr. David Arce Martino

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