martes, 30 de diciembre de 2014

Con Tacto con la Muerte - Por el Dr. David Arce

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Uno de los momentos más difíciles que vivimos los médicos es el relacionado con la muerte.



La primera vez que vi morir a una persona, yo era un niño muy pequeño, tuve mucho miedo y me quedé pensando porqué las personas teníamos que morir, y porqué muchas veces morían las personas más jóvenes. En el juego de la vida no se cumple que el que nace primero muere antes.


Durante mi formación como Psiquiatra de niños y adolescentes, pasé mucho tiempo acompañando a los padres y familiares de niños diagnosticados de diferentes tipos de cáncer, en el proceso de duelo que se iniciaba aún antes de que los niños fallecieran. Muchas familias generalmente pasaban por las fases descritas como propias del duelo: negación, ira, negociación, dolor, aceptación, aunque algunas no lo hacían en ese orden, en todos los casos era un proceso muy doloroso.


Personalmente yo no creo en aquellas leyendas en que se dice que algunas personas tienen una agonía larga porque algo tienen que pagar en este mundo o porque tienen cuentas que saldar con alguien. Yo creo que todo debe tener alguna explicación lógica y científica. De niño escuchaba a mi abuela Mercedes que me contaba que don Santos, un campesino que vivía por el barrio Monteverde estuvo como quince días agonizando y hasta que no le llevaron a su compadre con el que se había dejado de hablar durante varios años, no pudo descansar en paz.


El último 5 de octubre de este año que culmina, cayó domingo, y aquí en el Perú, celebramos el Día de la Medicina Peruana por el martirologio de Daniel Alcides Carrión. Ese día yo estaba en Chulucanas, acompañando a mi madre y a mi hermana, cuando en horas de la tarde, en esa hora en que se acaba el día y empieza la noche, un amigo muy cercano me llama para que vaya a ver a su suegro que estaba grave. Sin preguntarle mucho le dije que lo esperaba para ir. Y como hace tiempo ya no uso tensiómetro ni estetoscopio, salí así nomás, con mis manos y mi conocimiento.


Al llegar, era una casa oscura, no tenían luz, y el lugar solamente era alumbrado con algunas velas, y todos los adultos estaban en silencio. Me acerqué al paciente y recordé los conocimientos clínicos aprendidos y realicé el examen físico con lo que tenía a la mano. Era un hombre enorme de unos 60 años, que respiraba mal, aunque tenía buen pulso, respondía algunas preguntas con sonidos guturales, tenía buena frecuencia cardiaca, y abundantes roncantes y sibilantes en sus pulmones. Al preguntar por qué no lo llevaban al hospital, me dijeron que ya lo habían llevado varias veces y que por último les habían dicho que ya estaba en estado terminal y que lo llevaran a que tenga un buen morir en compañía de sus familiares, en su casa. Tenía antecedente de un derrame cerebral, con parálisis de la parte derecha del cuerpo, usaba pañal, y al movilizarlo, encontré que tenía una enorme escara en


la parte del sacro, por las nalgas. Empezó a salir abundante pus, espesa, que inundó la habitación con una pestilencia terrible, tanto que los familiares optaron por retirarse. El pobre hombre tenía una fístula y los familiares dijeron que le habían diagnosticado de un cáncer a los músculos glúteos, tipo sarcoma. Los familiares ya estaban esperando el desenlace de la muerte, pero el hombre llevaba quince días así, los últimos tres días solamente a base de sueros y sin querer comer. Lo habían llevado a varios médicos, brujos y chamanes. Algunas curiosas dijeron que seguramente le faltaba despedirse de alguien con quién hubiera tenido una riña fuerte y entre los numerosos hermanos se acordaron de que el señor tenía un hijo en Sullana y que no se veían desde hacía mucho tiempo. Ese domingo decidieron llamarlo a Sullana y se comprometió a venir el lunes. Los otros hijos estaban en Chulucanas y lo visitaban en diferente horario.


Yo, lo único que atiné a decirles fue que lo llevaran nuevamente al hospital, pero al parecer ya era un hombre desahuciado y no lo admitían para que tenga un buen morir. Después me enteré, que el lunes no llegó el hijo, sino el martes. Todos se reunieron, se abrazaron, el hijo le pidió perdón al padre. Y como por arte de magia, el pobre hombre dejó de luchar y se quedó en paz consigo mismo.


Aunque, como repito, uno de los momentos más difíciles que vivimos los médicos es el relacionado con la muerte. Y lo más difícil, como seres humanos que también nos enfermamos, es enfrentarnos con el hecho de que también nos vamos a morir algún día, tarde o temprano. Y que debemos estar preparados para cuando llegue el día, estar en Paz y en Armonía con los demás y con nosotros mismos. Valorar este pequeño tiempo que nos queda vivir y compartir nuestras vivencias con los seres que nos rodean. Levantarnos todas las mañanas y con la incertidumbre de que vaya a ser el último, vivirlo intensamente, amándonos y amando a los demás.


Para terminar, cuentan que el Emperador Alejandro Magno, encontrándose al borde de la muerte, convocó a sus generales y les comunicó sus tres últimos deseos:


Que su ataúd fuese llevado en hombros y transportado por los propios médicos de la época.


Que los tesoros que había conquistado (plata, oro, piedras preciosas), fueran esparcidos por el camino hasta su tumba, y…


Que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, y a la vista de todos.


Uno de sus generales, asombrado por tan insólitos deseos, le preguntó a Alejandro cuáles eran sus razones.


Alejandro contestó al general:


Quiero que los más eminentes médicos carguen mi ataúd para así mostrar que ellos no pueden hacer nada contra la muerte…


Quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros para que todos puedan ver que los bienes materiales aquí conquistados, aquí quedarán.


Quiero que mis manos se balanceen al viento, para que las personas puedan ver que vinimos con las manos vacías, y con las manos vacías nos vamos



Feliz año 2015, queridos amigos.




Con Tacto con la Muerte - Por el Dr. David Arce

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