Recordando algunos pasajes culturales de importacia en el 2013, queremos compartir con ustedes la crónica de la segunda edición de la obra del escritor chulucanense, Carlos Espinoza León, El Cacique Blanco, escrita por el actual presidente del JNE, el chulucanense, Dr. Francisco Távara Córdova.
No hace mucho llegó a mis manos, procedente de Chulucanas, Piura, la obra El cacique blanco, de Carlos Espinoza León. Este libro fue presentado el mes pasado en el auditorio de la Municipalidad Provincial de Chulucanas, en un evento lleno de emotividad y que concitó la atención de la comunidad. Es una muestra de la fecunda labor literaria de la Asociación de Escritores «José María Arguedas», bastante activa. Estuvo presente el conocido «cumananero» Fernando Barranzuela Zevallos, quien fuera visitado, hace menos de dos años, por nuestro Nobel, don Mario Vargas Llosa, durante uno de sus viajes por Piura, como parte de su investigación para escribir El héroe discreto.
Luego de releer esta edición corregida y aumentada de El cacique blanco, no puedo negar que una vorágine incontenible de recuerdos vienen a mí, con la fuerza irreductible de los hechos que han ido marcando nuestra vida a lo largo del tiempo, y con el apremio de aquello que nos vincula a lugares, personas y etapas entrañables de nuestra existencia. Con este texto, Frías (mi lugar de nacimiento), San Jorge y Chulucanas, lugar donde viví gran parte de mi niñez, adolescencia y juventud, vuelven a mí, intocadas por la pátina del tiempo.
Recuerdo haber escuchado hablar de «Pelayos», el personaje principal de El cacique blanco, cuando era niño. Es más, me recuerdo a mí mismo escondido detrás de la puerta de mi hogar, donde vivía con mis padres y hermanos, viéndolo pasar por la calle empedrada de Frías, frente a la casa familiar, montado en una acémila, provista con montura, baticola, frenos y demás aditamentos, fuerte como su amo, el cual iba armado con pistola al cinto, rifle o carabina en la montura, polainas de cuero y carnaza, y botas con espuelas roncadoras de plata, seguido de un séquito de dos hombres, cada uno en sus respectivas bestias de montar. Nunca saludaba a nadie; ni siquiera miraba a los vecinos que se apostaban a la vera de la calle. Recuerdo el temor que generaba incluso entre los adultos; el rumor de los vecinos que se pasaban la voz, como presagio que estremecía al pueblo, como viento de malagüero: «Allí viene el gringo “Pelayos”», decían.
Un 27 de noviembre de 1957, «Pelayos» fue herido de muerte con disparos de rifle, en una emboscada propia de un tirador experto. Pronto se constituyeron en el lugar de los hechos, un camino de herradura, miembros de la Policía Nacional; se dijo, además, que acudieron también agentes policiales especializados traídos del extranjero. Hubo detenidos, encarcelados, torturados, pero sin éxito. Nunca se identificó a los responsables de este homicidio. Si bien el comportamiento de «Pelayos», prepotente y abusivo, no justificaba que el pueblo se hiciera justicia por su propia mano, es una razón de fuerza que explicaría los hechos que configuran lo que suele denominarse en criminología como «un crimen perfecto».
Carlos Espinoza León nos entrega hoy una crónica de estos sucesos, escrita sobre la base de una entrevista a Claro Choquehuanca, señalado por la Policía como principal sospechoso del crimen, de cuyo presunto disparo, los ecos siguen resonando en el tiempo, llegando modulados a través de las páginas del libro que reseño.
Parafraseando a Eduardo Galeano, podemos decir que las venas abiertas de América Latina están en su literatura. Por ella corre la sangre común de su cultura que, uniéndonos, nos singulariza y distingue, como legado traído del pasado por todos aquellos que, como Carlos Espinoza, persisten en la aventura maravillosa de recrear el mundo con palabras, inventando un universo intocado por el tiempo y, tal vez, mejor que la realidad que lo inspira y nutre.
Presidente del JNE: Francisco Távara Córdova (Chulucanense)
La Crónica del Cacique Blanco
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