RALPH ZAPATA
Parado frente a las ruinas de la antigua fábrica azucarera del ‘gringo’ McDonald, don Fernando Barranzuela Zevallos recordó la primera vez que su padre lo llevó a conocer Yapatera, en la primera mitad del siglo XX.
Este centro poblado del distrito de Chulucanas, ubicado a una hora y diez minutos de la ciudad de Piura, era entonces un lugar dominado por hacendados que procuraban mantener en la ignorancia a sus súbditos. Estos últimos eran descendientes de los primeros africanos que llegaron en el siglo XVI del Congo, Angola y Mozambique.
Esa fue la realidad de la mayoría de los esclavos africanos que trabajaban para los gamonales en esa zona de la provincia de Morropón. Pero no sucedió lo mismo con don Fernando. Él pudo aprender a leer y escribir gracias a un maestro foráneo que se quedó a vivir en el pueblo.
Años después, con una mirada diferente, el patriarca de Yapatera escribió un libro que cuenta la historia de su tierra, compuso sabrosas cumananas y se convirtió en referente obligado del alma de este pueblo, uno de los últimos refugios de los afroperuanos.
Don Fernando es un baúl de cumananas, esas décimas norteñas que se inventaban los paisanos cada vez que se batían en un duelo boca a boca en las fiestas patronales del pueblo. También fueron aprendidas de sus ancestros, quienes a su vez lo escucharon de sus antepasados.
Además de hablar sobre el origen negro, las cumananas servían para enamorar a las muchachas, para denunciar problemas cotidianos o para animar las fiestas del pueblo: Mamita, explícame por qué tengo mi piel diferente y mi pelo no es igual/ No preguntes hijo mío, no hagas caso de sentires/ los colores de la piel son como el arco iris/ colores nada más/ Une color y cariño y una respuesta hallarás.
A mediados del año pasado, Abelardo Alzamora, docente de Yapatera, ganó S/.10 mil en un concurso internacional con el que pudo montar un taller de cerámica y ha empezado a fabricar piezas con motivos afroperuanos.
Con él, otras 30 personas se dedican a la cerámica. Ellos siguen los pasos del artesano chulucanense César Juárez, quien les enseña la técnica para elaborar una obra de calidad.
Don Abelardo también ve a la cultura como una fuente de turismo. Él es el escritor emblemático de la zona y conoce las leyendas de tiempos remotos.
La idea es abrir un museo donde se exhiban los vestigios de este pueblo, como el cepo –donde se castigaba a los esclavos– y las primeras planchas y carretillas.
“En Yapatera hay mucha gente que tiene en sus casas objetos de gran valor histórico y que los donarían para exhibirlos. Así evitaríamos que la esencia de este pueblo se pierda con la muerte de los pobladores más antiguos”, dice don Abelardo, aún con esperanza.
A diferencia de Chincha, los pobladores no tocan cajón ni bailan los fines de semana. En ocasiones especiales, los niños zapatean y tocan guitarra
El Comercio.
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